
Este botijo dedicado a la ecuación de Dirac traduce en forma cerámica una de las ideas más profundas de la física moderna: que la realidad siempre tiene un reverso.
Las formas curvas y entrelazadas sugieren un diálogo continuo entre opuestos, materia y antimateria, presencia y ausencia, lleno y vacío, como si la pieza estuviera en permanente equilibrio inestable.
La ecuación de Dirac es conocida a menudo como
“la ecuación del amor”,
no por romanticismo, sino porque unió dos mundos que parecían irreconciliables: la mecánica cuántica y la relatividad.
Como el amor, propone una relación inevitable entre contrarios: nada existe solo, todo necesita a su otro para tener sentido.

La ecuación de Dirac es una de las grandes conquistas del pensamiento del siglo XX.
