
Este botijo se aparta deliberadamente de la forma orgánica para adoptar una geometría cúbica, símbolo de lo artificial, lo construido y lo programado.
Concebido a partir de volúmenes rectos, integra en su superficie elementos propios del lenguaje tecnológico contemporáneo: microchips, resistencias, cables, conectores y componentes electrónicos incrustados en la cerámica como si fuesen fósiles de una nueva era. Técnicamente, la pieza combina modelado manual con ensamblaje de elementos externos, tratados como parte estructural del objeto, y un esmaltado que evoca placas base, circuitos impresos y flujos de datos.
Los cables actúan como nervios visibles que conectan los distintos “módulos” del botijo, sugiriendo un sistema activo, casi operativo.

Desde una lectura simbólica y literaria, Unidad Central de Creación representa el momento en que el ser humano deja de observar la naturaleza para empezar a replicarla.
Si en otros botijos la vida surge del barro, del agua o del azar cósmico, aquí nace del cálculo, del algoritmo y de la interconexión.
El botijo se transforma en una metáfora de la inteligencia artificial: una creación que no brota de la biología, sino del ingenio humano, capaz de procesar, aprender y generar nuevas realidades.
Es un recipiente que ya no enfría agua, sino preguntas: ¿Qué ocurre cuando la creación crea?, ¿Dónde termina la materia y comienza la conciencia?, ¿es esta unidad central el reflejo de nuestra necesidad de comprender y reproducir el acto mismo de crear?