
Este botijo, dedicado al planeta Marte, se construye como una metáfora del planeta rojo entendido no solo como territorio físico, sino como enigma persistente.
Su volumen compacto y erosionado remite a una geología antigua, marcada por capas, estratos y cavidades que evocan millones de años de historia mineral. Los tonos rojizos y terrosos, trabajados con esmaltes y texturas irregulares, reproducen la aspereza del paisaje marciano, mientras los orificios y relieves sugieren antiguas corrientes, impactos y procesos aún no del todo comprendidos.
El detalle que aparece como un ojo, una abertura profunda y oscura, actúa como núcleo simbólico de la pieza. No es solo una mirada hacia el exterior, sino una invitación a mirar dentro: un punto de observación que parece devolver la mirada al espectador, recordándole que Marte es, ante todo, un planeta de preguntas.
