El Último Fotón es una pieza concebida como umbral y contraste.
El exterior, realizado en barro negro de baja temperatura y recubierto con pintura Musou, absorbe casi por completo la luz, convirtiéndose en una forma opaca, silenciosa, que evoca los confines del universo: ese límite extremo donde la radiación aún no ha llegado y el espacio permanece en oscuridad absoluta.
Frente a esa negrura total, el interior revela un núcleo inesperado: un azul intenso que remite a la Tierra, a la vida y a la fragilidad de lo que existe.
El botijo se transforma así en una metáfora del cosmos: fuera, el vacío, la ausencia, el final de la luz; dentro, la persistencia de la vida como excepción luminosa.